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¿Peligroso ultrapersonalismo en el Presidente Piñera? Carta a La Segunda del Senador Escalona

No acostumbro a referirme en mi página al tema propiamente político, pero no deja de preocuparme la materia del título. Rompo el estilo de mis artículos.

Ayer pude ver por televisión a nuestro presidente inaugurando la rueda de la Bolsa de Nueva York, con una cara de felicidad que me impresionó. En la misma tarde leí en La Segunda una carta del Senador Camilo Escalona dirigida a su Directora que aparece titulada “El ultrapersonalismo”.

Termina esta carta con la siguiente frase “Sé que me esperan las penas del infierno oficialista por estas líneas, pero mi conciencia me impide callar”.

Estimo que el Senador advierte de un tema que en mi opinión es preocupante. Ojalá que no pocos podamos contribuir a suavizar este personalismo que puede perjudicar no sólo a la política nacional, sino que también al mismo país. Me atrevo a pensar que esta carta políticamente no favorece al Senador y que puede bien entenderse, como él lo señala, nació de una obligación de conciencia.

A continuación presento la carta sin mayores comentarios.

Cartas

Miércoles 22 de Septiembre de 2010

El ultrapersonalismo

Señora Directora:

Los agasajos de los partidarios, los aplausos de la multitud, las genuflexiones de los incondicionales van formando una especie de manto o “sarro” que va rodeando a los gobernantes y cubriéndoles, alterando su fisonomía con lo que algunos pretenciosamente denominan “majestad del poder”. Que el fenómeno existe, existe, ya que personas tímidas pasan a ser atrevidas; otras, inexpresivas, a desplegar gran desplante; algunos, de pocas palabras, a convertirse en grandilocuentes oradores. Cosas de la vida, circunstancias anexas al poder.

El problema es cuando el gobernante empieza a pensar exclusivamente en sí mismo o para sí, cuando sus afanes surgen únicamente de ajetreos relativos a sus ansiedades comunicacionales o de figuración mediática. Cuando el ultrapersonalismo se desata, los países pagan la cuenta. En América Latina ha ocurrido demasiadas veces.

La potencia de los actuales medios de comunicación sube o baja a las figuras políticas con facilidad increíble, pero en quienes son sus beneficiados va generando una progresiva adicción, una neurosis por aparecer, una ansiosa manía que deforma y desnaturaliza personalidades e identidades políticas. El gobernante necesita aparecer y para lograrlo debe ser popular, y para ser cada vez más popular, debe ofrecer, anunciar, prometer, para volver a aparecer y así sucesivamente, haciendo uso de la autoridad que democráticamente asumiera. En ese torbellino, la crítica se rechaza y al que no le gusta, peor para él. Es el círculo vicioso del populismo autoritario.

No hemos llegado a ese punto penoso, pero estos seis meses de la actual administración no han sido saludables y retroalimentan una dinámica nada promisoria.

El manejo mediático para ensalzar la figura presidencial en los días del Bicentenario fue un desborde del poder en una dirección enteramente contraproducente y riesgosa. Es cierto que en Chile hay un régimen presidencialista, pero en estos festejos se llegó muy lejos.

Todos y cada uno de los días hubo intervenciones presidenciales transformadas en verdaderas cadenas televisivas a partir de las 21 horas; no hubo respeto con las Glorias del Ejército el 19, ni con la Revista Naval el 20; el menoscabo a la propia vocera con aquella frase de “esta noche no tengo pena porque la segunda pata de cueca me la voy a bailar con la Ena, y puchas que está buena”… calificada como “pícara paya” por la prensa afín; el uso de todo, incluido el drama de una huelga de hambre de más de 70 días para mostrar autoridad; el cierre con “exclusivas“ entrevistas a cada canal de televisión el día del cierre de las fiestas patrias; en fin, el culto a la personalidad, tan repulsivo de las fenecidas dictaduras comunistas de Europa del Este, hubiese tenido mucho que aprender en estos días de jolgorio criollo.

Sé que me esperan las penas del infierno oficialista por estas líneas, pero mi conciencia me impide callar.

Camilo Escalona Medina
Senador de la República

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